31-01-06, 16:42
¡Gamberros!
Lleno hasta la bandera para recibir a los Fleshtones en Cantabria.
El pasado miércoles 18 de enero, con la sala Picos de Liérganes cubierta de arriba abajo, el mítico grupo neoyorkino tocó durante una hora y veinte minutos aproximadamente.
Sacrificaron la técnica por el desparrame, el sonido por la diversión.
Pasaron gran parte del concierto tocando entre el público, en las primeras filas, hacia la mitad del bar, encima de la barra del local… incluso llegaron a salir a la calle sin dejar de tocar. De regreso, los seguidores les hacían el pasillo de los campeones.
Hicieron todo esto, el día que más gente había. Abriéndose paso entre la multitud, pudimos ver de cerca como goteaba el grifo del rythm & blues, y comprobamos que Peter Zaremba se desenvuelve mejor con la armónica que con el órgano.
Allí estaban, delante de nuestras narices, subidos en la piedra, aullando entre disparos de flash, sacando el látigo de la provocación. A nuestras espaldas, la soledad del batería. Mientras todos permanecíamos atentos a las monerías del trío de osados que bajó al fango, él no dejaba de marcar el ritmo. Como el castigado fuera de clase. En el pasillo, apartado de los empollones. A pesar de su retiro, no dejó de dar al fuelle para que no se extinguiera la llama.
Otra noche de rock garajero, sucio y grasiento, con reminiscencias de Dr. Feelgood o Iggy Pop & The Stooges.
Peter Zaremba se agitaba sin freno, giraba sobre si mismo, se movía como un joven impulsivo, subía y bajaba, cantaba tumbado desde el suelo... puso todas las ganas del mundo pero su voz no llegaba. Parece que los elefantes rosas que poblaban su camisa verde no la dejaban salir, como si la ahogaran. De todas maneras, con el vestuario ya daba suficiente cante. Así las cosas, no venían mal los descansos que daba a su garganta mientras cambiaba a los teclados.
El guitarra Keith Streng tomaba el relevo, abandonaba sus interminables saltos y sus idas y venidas hasta el centro del bar. Parecía que tuviera un pasillo entre la gente, tan pronto estaba encima del escenario como se divisaba su flequillo a escasos centímetros. Cuando te ibas a asomar a su guitarra, ya estaba junto con sus compañeros. Demostró que no es ningún virtuoso cantando, pero que el micro funcionaba perfectamente.
A la habitual suciedad de su sonido, había que añadir cierto caos en determinadas fases. A ratos embarullados, y siempre desenfrenados.
El blues, el punk o el rockabilly se impregnó entre las piedras de la Picos. ¡Lo que han visto ya esas piedras!.
Una hora después del concierto, Cracker sonaba como fondo musical, el bar casi vacío, y encima de los bafles, un par de botas solitarias descansaban después de la batalla.
Lleno hasta la bandera para recibir a los Fleshtones en Cantabria.
El pasado miércoles 18 de enero, con la sala Picos de Liérganes cubierta de arriba abajo, el mítico grupo neoyorkino tocó durante una hora y veinte minutos aproximadamente.
Sacrificaron la técnica por el desparrame, el sonido por la diversión.
Pasaron gran parte del concierto tocando entre el público, en las primeras filas, hacia la mitad del bar, encima de la barra del local… incluso llegaron a salir a la calle sin dejar de tocar. De regreso, los seguidores les hacían el pasillo de los campeones.
Hicieron todo esto, el día que más gente había. Abriéndose paso entre la multitud, pudimos ver de cerca como goteaba el grifo del rythm & blues, y comprobamos que Peter Zaremba se desenvuelve mejor con la armónica que con el órgano.
Allí estaban, delante de nuestras narices, subidos en la piedra, aullando entre disparos de flash, sacando el látigo de la provocación. A nuestras espaldas, la soledad del batería. Mientras todos permanecíamos atentos a las monerías del trío de osados que bajó al fango, él no dejaba de marcar el ritmo. Como el castigado fuera de clase. En el pasillo, apartado de los empollones. A pesar de su retiro, no dejó de dar al fuelle para que no se extinguiera la llama.
Otra noche de rock garajero, sucio y grasiento, con reminiscencias de Dr. Feelgood o Iggy Pop & The Stooges.
Peter Zaremba se agitaba sin freno, giraba sobre si mismo, se movía como un joven impulsivo, subía y bajaba, cantaba tumbado desde el suelo... puso todas las ganas del mundo pero su voz no llegaba. Parece que los elefantes rosas que poblaban su camisa verde no la dejaban salir, como si la ahogaran. De todas maneras, con el vestuario ya daba suficiente cante. Así las cosas, no venían mal los descansos que daba a su garganta mientras cambiaba a los teclados.
El guitarra Keith Streng tomaba el relevo, abandonaba sus interminables saltos y sus idas y venidas hasta el centro del bar. Parecía que tuviera un pasillo entre la gente, tan pronto estaba encima del escenario como se divisaba su flequillo a escasos centímetros. Cuando te ibas a asomar a su guitarra, ya estaba junto con sus compañeros. Demostró que no es ningún virtuoso cantando, pero que el micro funcionaba perfectamente.
A la habitual suciedad de su sonido, había que añadir cierto caos en determinadas fases. A ratos embarullados, y siempre desenfrenados.
El blues, el punk o el rockabilly se impregnó entre las piedras de la Picos. ¡Lo que han visto ya esas piedras!.
Una hora después del concierto, Cracker sonaba como fondo musical, el bar casi vacío, y encima de los bafles, un par de botas solitarias descansaban después de la batalla.
"Stoner pincha mejor bajo presión" (Patrullero)