17-09-05, 09:02
Lost in translation segun nacho vigalondo.
Extraido de la web de nacho vigalondo.
Creo que fue Mauro el que hablaba en una historieta acerca de la fascinación que nos provocan a los tíos en general las chicas guapas que están en silencio. Es un fenómeno con las cualidades de un efecto óptico de los clásicos: Una chica guapa fumando en silencio, mirando por una ventana nos sugiere atenta melancolía, tormentosas contradicciones, misterio e inteligencia. Vamos, que no se nos pasa por la cabeza que esa tía, eh… pues eso, nada, que está fumando y tal.
Algo similar sucede en la película Lost in Translation. Vemos a Scarlett Johansson mirando por las ventanas del hotel de Tokio, caminando por los jardincitos, y todos (y todas, no miren a otro lado) pensamos que ahí está la clave del personaje, en sus vacíos, en sus silencios, ahí rugen sus fantasmas, sus anhelos. Imaginen a Rosie O´Donnel en la misma circunstancia. Ya les oigo a todos susurrando a la vez “Joder con el bajón de Prozak, a ver si encuentra el economato de una vez y se compra el bote de Yop, hostias”.
El asunto es que, de un tiempo a esta parte, demasiada gente me ha comparado sus desventuras románticas con Lost in Translation. No voy a quitarle gravedad a esos tornados emocionales que todo Dios sufre en el alba de este siglo veintiuno. Pero no deja de llamarme la atención que la comparativa generacional sea ese monumento a la mediocridad que es la película de Sofía Coppola.
No, no, esperen, no alcen sus rastrillos, al menos todavía. No estoy atacando la película. Fue uno de los estrenos más estimables de su año. Que una película así estuviese batallando en los Oscar no deja de alegrarnos la vida. Y, claro, ahí está Bill Murray definitivamente recuperado para la comunidad indie (A ver cuándo un director español nos ofrece el reverso melancólico de Pedro Osinaga, Quique Camoiras o, en otro sentido, Carlos Faemíno). Sí, demonios, sacar a Bill Murray nadando en moquetas es una idea soberbia. Quizá el único problema de esa película es que, de hecho, no hay ninguna idea tan buena como esa. Pero no culpo a nadie. Es lo que pasa al partir tan arriba. Yo siempre soñé con rodar un remake de El Samurai con Eugenio, el Ian Curtis de los chistes, en lo que sería su primer papel protagonista dramático. Y nada más hubiese estado a la altura. Nada.
Citemos Lolita por citar otro romance con diferencia de edades que uno tiende a disfrutar en la universidad. Ahí tenemos un amor desencajado, que deriva en el crímen, un viaje estrepitoso por los más insondable de los peores hoteles americanos y las puertas del infierno abriéndose para más de uno. Humbert Humbert y Lo son unos personajes cuyas debilidades llevan a la catástrofe, pero también a la grandeza de una historia más grande que la vida.
Lost in Translation es el opuesto diametral de Lolita. No habla de un romance imposible. Habla de un romance que ni siquiera se molesta en ser posible. Scarlett Johansson se aburre. Pero más que un aburrimiento existencial, más que un caldo de cultivo para la pasión furtiva parece que… parece que el dentista se ha pasado con la codeína. Y Bill Murray, de acuerdo, de acuerdo, está encantador, risueño y de un encanto otoñal irresistible. Pero no me negarán que las secuencias en las que estas cualidades brillan más es cuando la chica no está presente: En el rodaje del spot de whisky, en sus desavenencias con el idioma oriental, el chiste de la ducha, el de la prostituta, las soledades en los taxis. Si un hipotético montaje borrara todas las secuencias con la Johansson ¿Nos seduciría Bill Murray un punto menos? ¿Os imagináis la película con noventa minutos de él a solas, en ese sepulcral hotel, sobreviviendo de alguna manera? ¿A que no suena absurdo?
Y la relación entre ambos es fácil de describir. Se trata, sencillamente, de una relación que no merece ningún sacrificio, ni ningún desafío a la legalidad o ni siquiera a los códigos morales de los protagonistas. Está claro que Bill Murray quiere echar un polvete. La otra ni eso. La última secuencia de la película tiene las cualidades de un bajón a última hora más que de una trágica confesión. Al contrario que en Lolita, el deseo no desencadena ningún viaje. El viaje venía de antemano.
A priori, resulta inquietante que los individuos de comienzos de siglo nos describamos tan cerca de una historia así. Que situaciones que en primera persona son insoportables y destructivas las comparemos con una historia tan reversible, tan fácil de solventar por sus protagonistas.
Quizá la tragedia real con la que nos identificamos en Lost in Translation es otra, mucho menos específica que un corazón roto. Más de este tiempo, del primer mundo: Nuestros padres palidecen ante la facilidad que hay hoy en día para viajar, saber lo que es vivir en hoteles lejanos, chatear, forear, conversar con amigos de amigos, con desconocidos, con extranjeros. Antes de palmarla, vamos a conocer a un número de gente incalculable hace diez años, en una diversidad de situaciones fuera de control. Y todo eso, en vez de replantear nuestra forma de relacionarnos, nuestras libertades y nuestros complejos, multiplica nuestros miedos, titubeos y errores. ¿Saben qué le dice Bill Murray a Scarlett Johansson al oído al final de la película?
- Mi dirección es bharris@hotmail.com ¿Me agregas al messenger y quedamos esta noche?
Y ella asiente. Fijáos.
Extraido de la web de nacho vigalondo.
Creo que fue Mauro el que hablaba en una historieta acerca de la fascinación que nos provocan a los tíos en general las chicas guapas que están en silencio. Es un fenómeno con las cualidades de un efecto óptico de los clásicos: Una chica guapa fumando en silencio, mirando por una ventana nos sugiere atenta melancolía, tormentosas contradicciones, misterio e inteligencia. Vamos, que no se nos pasa por la cabeza que esa tía, eh… pues eso, nada, que está fumando y tal.
Algo similar sucede en la película Lost in Translation. Vemos a Scarlett Johansson mirando por las ventanas del hotel de Tokio, caminando por los jardincitos, y todos (y todas, no miren a otro lado) pensamos que ahí está la clave del personaje, en sus vacíos, en sus silencios, ahí rugen sus fantasmas, sus anhelos. Imaginen a Rosie O´Donnel en la misma circunstancia. Ya les oigo a todos susurrando a la vez “Joder con el bajón de Prozak, a ver si encuentra el economato de una vez y se compra el bote de Yop, hostias”.
El asunto es que, de un tiempo a esta parte, demasiada gente me ha comparado sus desventuras románticas con Lost in Translation. No voy a quitarle gravedad a esos tornados emocionales que todo Dios sufre en el alba de este siglo veintiuno. Pero no deja de llamarme la atención que la comparativa generacional sea ese monumento a la mediocridad que es la película de Sofía Coppola.
No, no, esperen, no alcen sus rastrillos, al menos todavía. No estoy atacando la película. Fue uno de los estrenos más estimables de su año. Que una película así estuviese batallando en los Oscar no deja de alegrarnos la vida. Y, claro, ahí está Bill Murray definitivamente recuperado para la comunidad indie (A ver cuándo un director español nos ofrece el reverso melancólico de Pedro Osinaga, Quique Camoiras o, en otro sentido, Carlos Faemíno). Sí, demonios, sacar a Bill Murray nadando en moquetas es una idea soberbia. Quizá el único problema de esa película es que, de hecho, no hay ninguna idea tan buena como esa. Pero no culpo a nadie. Es lo que pasa al partir tan arriba. Yo siempre soñé con rodar un remake de El Samurai con Eugenio, el Ian Curtis de los chistes, en lo que sería su primer papel protagonista dramático. Y nada más hubiese estado a la altura. Nada.
Citemos Lolita por citar otro romance con diferencia de edades que uno tiende a disfrutar en la universidad. Ahí tenemos un amor desencajado, que deriva en el crímen, un viaje estrepitoso por los más insondable de los peores hoteles americanos y las puertas del infierno abriéndose para más de uno. Humbert Humbert y Lo son unos personajes cuyas debilidades llevan a la catástrofe, pero también a la grandeza de una historia más grande que la vida.
Lost in Translation es el opuesto diametral de Lolita. No habla de un romance imposible. Habla de un romance que ni siquiera se molesta en ser posible. Scarlett Johansson se aburre. Pero más que un aburrimiento existencial, más que un caldo de cultivo para la pasión furtiva parece que… parece que el dentista se ha pasado con la codeína. Y Bill Murray, de acuerdo, de acuerdo, está encantador, risueño y de un encanto otoñal irresistible. Pero no me negarán que las secuencias en las que estas cualidades brillan más es cuando la chica no está presente: En el rodaje del spot de whisky, en sus desavenencias con el idioma oriental, el chiste de la ducha, el de la prostituta, las soledades en los taxis. Si un hipotético montaje borrara todas las secuencias con la Johansson ¿Nos seduciría Bill Murray un punto menos? ¿Os imagináis la película con noventa minutos de él a solas, en ese sepulcral hotel, sobreviviendo de alguna manera? ¿A que no suena absurdo?
Y la relación entre ambos es fácil de describir. Se trata, sencillamente, de una relación que no merece ningún sacrificio, ni ningún desafío a la legalidad o ni siquiera a los códigos morales de los protagonistas. Está claro que Bill Murray quiere echar un polvete. La otra ni eso. La última secuencia de la película tiene las cualidades de un bajón a última hora más que de una trágica confesión. Al contrario que en Lolita, el deseo no desencadena ningún viaje. El viaje venía de antemano.
A priori, resulta inquietante que los individuos de comienzos de siglo nos describamos tan cerca de una historia así. Que situaciones que en primera persona son insoportables y destructivas las comparemos con una historia tan reversible, tan fácil de solventar por sus protagonistas.
Quizá la tragedia real con la que nos identificamos en Lost in Translation es otra, mucho menos específica que un corazón roto. Más de este tiempo, del primer mundo: Nuestros padres palidecen ante la facilidad que hay hoy en día para viajar, saber lo que es vivir en hoteles lejanos, chatear, forear, conversar con amigos de amigos, con desconocidos, con extranjeros. Antes de palmarla, vamos a conocer a un número de gente incalculable hace diez años, en una diversidad de situaciones fuera de control. Y todo eso, en vez de replantear nuestra forma de relacionarnos, nuestras libertades y nuestros complejos, multiplica nuestros miedos, titubeos y errores. ¿Saben qué le dice Bill Murray a Scarlett Johansson al oído al final de la película?
- Mi dirección es bharris@hotmail.com ¿Me agregas al messenger y quedamos esta noche?
Y ella asiente. Fijáos.
"Si el infierno es Santander sere un demonio"