14-12-06, 14:07
Los Trapecistas
El pasado 3 de diciembre de 2005 los Posies volvían al Café Antxokia de Bilbao. Casi cinco años esperando este momento. Su anterior visita a la sala fue el 2 de marzo de 2001. Ha llovido mucho desde entonces, una separación del grupo de por medio y la amenaza de no volver juntos nunca más. Afortunadamente no se ha cumplido.
Amo a los Posies. No soy nada objetivo, lo reconozco, pero esta banda me tiene enganchado. Son capaces de emocionarme y encenderme con la misma facilidad. Es algo visceral, algo que da sentido al misterio de la música. Un sentimiento maravilloso, genial y que compartido por más gente, ha vuelto a ser memorable, una noche para el recuerdo.
Los de Seattle salieron con el cuchillo entre los dientes, a darlo todo, con más ganas que nunca. Demostraron actitud y profesionalidad. Sonaron perfectos, lejos ya de su traumática experiencia en el Fib.
Para empezar Throwaway con esa guitarra distorsionada que se te cuela hasta lo más profundo, y en un minuto ya tenían a todo el respetable cantando “I don’t have it now”. Siguen con Please return it y estamos todos cabezeando, cabalgando a golpes de bajo. No hay vuelta atrás, el grupo ya ha ganado la batalla. Con Ontario, puños en alto preparados para el combate y un solo grito que hermana a todos los presentes “I wanna go, I wanna go to Ontario”. El público, que no llenaba la sala pero si la ocupaba racionalmente, ya estaba a sus pies, contagiado por sus estribillos, desbordados por su pasión.
Jon y Ken, Ken y Jon, como dos trapecistas en lo más alto, columpian sus melodías de un lado a otro con una coordinación y precisión insultante. Cada vez las mece uno. Después del salto mortal, ambos cantantes quedan unidos en una única voz. La figura se balancea firmemente por el trapecio, como un botafumeiro repartiendo aromas pop.
Se conocen tan bien y son tan buenos, que son capaces de hacer sus saltos con los ojos vendados, con la única red de cientos de almas que miran desde abajo, entregadas al maravilloso espectáculo.
Estribillos de ida y vuelta, coros que se alimentan de coros. Voces de algodón. Los Posies o el secreto de la armonía total.
Intercaladas entre sus viejas composiciones presentaron canciones de su reciente trabajo Every kind of light como I guess you’re right, el single Conversations o la preciosa That don’t fly, con Stringfellow al organo, susurrando como si se tratara de una nana, poniéndonos la carne de gallina. También sonaron trallazos como Grant Hart, Everybody is a Fucking liar o Dream all day con una sección rítmica aplastante (Matt Harris al bajo y Darius Minwalla a la batería). Ritmos chispeantes, cargados de energía, como varillas humanas batiendo la música a punto de rock, powerpop o como lo quieran llamar. Por delante, Jon Auer y Ken Stringfellow, dos cartuchos directos, inminentes. Guitarras afiladas, voces cargadas de rabia o sentimiento dependiendo del momento, moldeadas como arcilla al calor de lo que pedía cada canción.
Ken lo expulsa todo, salta, suda, maltrata la guitarra, se come a bocados la tensión que flota en el ambiente y la exhala convertida en enormes escupitajos. No para ni un minuto. Es el contraste perfecto de Jon, que actúa de manera más técnica y cerebral. A pesar de eso, J.A. se desmelenó como nunca. Ataviado con camisa negra y corbata blanca rayada de rojo, no paró de lanzar su instrumento por los aires como un patinador a su compañera. La agarraba, la volteaba, hacía con ella el baile de los acoples. Acabó rompiendo todas las cuerdas y antes de meterse al camerino, la entregó al público. Hubo quién pudo disfrutar de su minuto de gloria tocando unos breves acordes encima del escenario antes de regresar a su piel de espectador. En esos momentos previos al bis, la algarabía y cachondeo era generalizado.
Con Flavor of the month bajaron los pie de micro entre el público y allí tocaron en medio de la excitación de la gente. Se cargaron la invisible barrera que les separaba de sus seguidores, y lograron hacer realidad el sueño de alguno de ellos.
Love letter box y esa tristeza que desprende, palabras que viajan en montañas rusas y guitarras como truenos. Se retuercen como mi estómago al escucharlas. Distorsiones como llantos…¡Qué cosa más abrasiva!.Solar Sister llenó la sala con su pop luminoso y brillante. Nos dejó la sonrisa fosilizada de la incredulidad.
Además de trapecistas, los músicos son magos y de un plumazo, son capaces de hacer desaparecer de tu mente cualquier concierto que hayas visto hasta entonces. Cuando les ves a ellos, queda todo borrado. Dejan tierra quemada a su paso y entonces, solo entonces, te das cuenta que no has visto nunca otra cosa igual en directo. Tan salvaje y bonito a la vez, tan vital, tan directo, tan coral…
Por si fuera poco lo que llevábamos encima, la banda alargó su repertorio sobre lo previsto. No hay duda que estaban disfrutando lo mismo o más que los espectadores. Semejante espectáculo no podía acabar de otra manera que con Burn & Shine. “your mother says, your father says he does no want to tell you (as if he didn’t know you)”. Tengo clavado a fuego este estribillo, los coros funcionan mejor que nunca. Van juntos al abismo y llevan al público con ellos. No importa ser devorado por ese torbellino, perderse en un mundo extraño, más doliente pero infinitamente más hermoso. Apoteosis final con Ken tirando la guitarra contra la batería y Jon practicando con la suya una especie de “yoyo” tirando y recogiendo, arrastrándola desde el Jack
El caudal de mi felicidad estaba totalmente desbordado, el murmullo de la sala delataba que el Antxokia era un puro hervidero. Quedamos saciados, nos desprendimos de todos los males y durante más de una hora y media disfrutamos de la música como terapia, como droga sana que te transporta al mejor lugar, en el mejor escenario y con la mejor compañía.
Santiago V. M.
El pasado 3 de diciembre de 2005 los Posies volvían al Café Antxokia de Bilbao. Casi cinco años esperando este momento. Su anterior visita a la sala fue el 2 de marzo de 2001. Ha llovido mucho desde entonces, una separación del grupo de por medio y la amenaza de no volver juntos nunca más. Afortunadamente no se ha cumplido.
Amo a los Posies. No soy nada objetivo, lo reconozco, pero esta banda me tiene enganchado. Son capaces de emocionarme y encenderme con la misma facilidad. Es algo visceral, algo que da sentido al misterio de la música. Un sentimiento maravilloso, genial y que compartido por más gente, ha vuelto a ser memorable, una noche para el recuerdo.
Los de Seattle salieron con el cuchillo entre los dientes, a darlo todo, con más ganas que nunca. Demostraron actitud y profesionalidad. Sonaron perfectos, lejos ya de su traumática experiencia en el Fib.
Para empezar Throwaway con esa guitarra distorsionada que se te cuela hasta lo más profundo, y en un minuto ya tenían a todo el respetable cantando “I don’t have it now”. Siguen con Please return it y estamos todos cabezeando, cabalgando a golpes de bajo. No hay vuelta atrás, el grupo ya ha ganado la batalla. Con Ontario, puños en alto preparados para el combate y un solo grito que hermana a todos los presentes “I wanna go, I wanna go to Ontario”. El público, que no llenaba la sala pero si la ocupaba racionalmente, ya estaba a sus pies, contagiado por sus estribillos, desbordados por su pasión.
Jon y Ken, Ken y Jon, como dos trapecistas en lo más alto, columpian sus melodías de un lado a otro con una coordinación y precisión insultante. Cada vez las mece uno. Después del salto mortal, ambos cantantes quedan unidos en una única voz. La figura se balancea firmemente por el trapecio, como un botafumeiro repartiendo aromas pop.
Se conocen tan bien y son tan buenos, que son capaces de hacer sus saltos con los ojos vendados, con la única red de cientos de almas que miran desde abajo, entregadas al maravilloso espectáculo.
Estribillos de ida y vuelta, coros que se alimentan de coros. Voces de algodón. Los Posies o el secreto de la armonía total.
Intercaladas entre sus viejas composiciones presentaron canciones de su reciente trabajo Every kind of light como I guess you’re right, el single Conversations o la preciosa That don’t fly, con Stringfellow al organo, susurrando como si se tratara de una nana, poniéndonos la carne de gallina. También sonaron trallazos como Grant Hart, Everybody is a Fucking liar o Dream all day con una sección rítmica aplastante (Matt Harris al bajo y Darius Minwalla a la batería). Ritmos chispeantes, cargados de energía, como varillas humanas batiendo la música a punto de rock, powerpop o como lo quieran llamar. Por delante, Jon Auer y Ken Stringfellow, dos cartuchos directos, inminentes. Guitarras afiladas, voces cargadas de rabia o sentimiento dependiendo del momento, moldeadas como arcilla al calor de lo que pedía cada canción.
Ken lo expulsa todo, salta, suda, maltrata la guitarra, se come a bocados la tensión que flota en el ambiente y la exhala convertida en enormes escupitajos. No para ni un minuto. Es el contraste perfecto de Jon, que actúa de manera más técnica y cerebral. A pesar de eso, J.A. se desmelenó como nunca. Ataviado con camisa negra y corbata blanca rayada de rojo, no paró de lanzar su instrumento por los aires como un patinador a su compañera. La agarraba, la volteaba, hacía con ella el baile de los acoples. Acabó rompiendo todas las cuerdas y antes de meterse al camerino, la entregó al público. Hubo quién pudo disfrutar de su minuto de gloria tocando unos breves acordes encima del escenario antes de regresar a su piel de espectador. En esos momentos previos al bis, la algarabía y cachondeo era generalizado.
Con Flavor of the month bajaron los pie de micro entre el público y allí tocaron en medio de la excitación de la gente. Se cargaron la invisible barrera que les separaba de sus seguidores, y lograron hacer realidad el sueño de alguno de ellos.
Love letter box y esa tristeza que desprende, palabras que viajan en montañas rusas y guitarras como truenos. Se retuercen como mi estómago al escucharlas. Distorsiones como llantos…¡Qué cosa más abrasiva!.Solar Sister llenó la sala con su pop luminoso y brillante. Nos dejó la sonrisa fosilizada de la incredulidad.
Además de trapecistas, los músicos son magos y de un plumazo, son capaces de hacer desaparecer de tu mente cualquier concierto que hayas visto hasta entonces. Cuando les ves a ellos, queda todo borrado. Dejan tierra quemada a su paso y entonces, solo entonces, te das cuenta que no has visto nunca otra cosa igual en directo. Tan salvaje y bonito a la vez, tan vital, tan directo, tan coral…
Por si fuera poco lo que llevábamos encima, la banda alargó su repertorio sobre lo previsto. No hay duda que estaban disfrutando lo mismo o más que los espectadores. Semejante espectáculo no podía acabar de otra manera que con Burn & Shine. “your mother says, your father says he does no want to tell you (as if he didn’t know you)”. Tengo clavado a fuego este estribillo, los coros funcionan mejor que nunca. Van juntos al abismo y llevan al público con ellos. No importa ser devorado por ese torbellino, perderse en un mundo extraño, más doliente pero infinitamente más hermoso. Apoteosis final con Ken tirando la guitarra contra la batería y Jon practicando con la suya una especie de “yoyo” tirando y recogiendo, arrastrándola desde el Jack
El caudal de mi felicidad estaba totalmente desbordado, el murmullo de la sala delataba que el Antxokia era un puro hervidero. Quedamos saciados, nos desprendimos de todos los males y durante más de una hora y media disfrutamos de la música como terapia, como droga sana que te transporta al mejor lugar, en el mejor escenario y con la mejor compañía.
Santiago V. M.
"Stoner pincha mejor bajo presión" (Patrullero)