17-01-06, 12:54
CD O NO CD, ESTA ES LA CUESTIÓN
http://www.enriquemateu.com/blog/2006/01...estin.html
Primero deberemos definir y delimitar lo que es una GRABACIÓN MUSICAL. Desde que en 1887 Emile Berliner lograra grabar el primer disco hasta hoy en día, las técnicas de grabación han evolucionado una barbaridad (y tal vez “barbaridad” sea el adjetivo por antonomasia para definirlas).
Desde que el compositor descubría la idea que rondaba por su cabeza hasta que aparecía como producto en el expositor de un punto de venta en formato vinilo o CD, la obra tenía que pasar toda una serie de vicisitudes que trataré de exponer en este post.
Para que una obra ya creada pudiera ver la luz necesitaba de un intérprete. Solista, grupo, orquesta, o alguna de todas sus variantes era necesaria para grabar. Esto es evidente. Pero no suficiente. Además se necesitaba un sello discográfico o compañía que quisiera publicar un trabajo a ese “artista” con “esa obra” y financiar los diversos gastos que conllevaba.
Partamos de la base que ya tenemos la obra, el artista y la compañía discográfica interesada. El siguiente paso es la firma del contrato discográfico. Voy a explicar en que consistía este contrato discográfico para entender mejor la situación. El afortunado artista (digo afortunado porque solo una pequeñísima parte de los artistas de todo el mundo lograban el ansiado documento) firmaba un contrato en el que básicamente cedía la explotación de las grabaciones de por vida de la obra (50 años) que este fuera a realizar durante, generalmente, un periodo de cinco años (normalmente cinco discos).
Estos contratos discográficos se solían firmar con una contraprestación económica del 6 o 7% de regalía (porcentaje de la venta de discos) para el artista sobre el precio de distribución (aunque la propia compañía solía ser la que distribuía el producto pero lo contabilizaban aparte, cosas de las altas finanzas y buena excusa para pagar menos al músico). Al precio de distribución había que descontar “ciertas cosillas” como material promocional, gastos por la caja del disco -esto es sorprendente pero cierto-, coste del vídeo clip, recuperación de la inversión, ofertas especiales y toda una serie de puntos que te incluían y que solo abogados o representantes muy expertos podrían "limar" solo en algunos casos.
Para concretar, y siendo muy optimista, en un grupo convencional con 5 miembros podrían obtener cada uno como beneficio por su trabajo, una vez descontado todo lo descontable y en el mejor de los casos, un 1% de regalía del PRECIO DE DISTRIBUCIÓN que, curiosamente, era aproximadamente un tercio del PVP (Precio de Venta al Público), del precio final. Las empresas distribuidoras y las tiendas siempre han tenido unos considerables beneficios comparativamente con el artista. Así que ese 1% se les quedaba en menos de un 0,4% del precio de venta al público. Hablando en euros, de los 20 euros que puedes pagar por un CD a cada miembro del grupo le quedaban, en este caso, 8 céntimos. Por seguir con el ejemplo, si el disco llegaba a vender 25.000 copias, cosa realmente difícil, ganaría la astronómica cantidad de 2.000 euros (350.000 de las antiguas pesetas) frente a los 325.000 euros que facturaría la compañía discográfica (casi cincuenta y ocho millones de pesetas).
También hay que tener en cuenta que estos contratos eran para las músicas mayoritarias. Músicas como la clásica, el Jazz, vanguardias y demás minoritarias, en la mayoría de los casos, ni aparecían regalías o los contratos estaban diseñados de tal manera que nunca lograbas cobrar ni un solo euro por tu trabajo.
Las compañías, por su parte, pagaban las facturas del estudio de grabación, de arreglistas, productor, promoción, fabricación, etc. También tenían la buena costumbre de entregar, a la firma del contrato, lo que se denominaba un adelanto de regalías. Un adelanto del estimativo mínimo que la compañía pensaba que podría vender en cualquier caso de la primera referencia. Una especie de calmante vitaminado o vaselina esterilizada para que al artista no le doliera excesivamente la firma del documento en cuestión. Porque ni decir tiene que el contrato se podría estirar en el tiempo como un chicle o no a voluntad de la compañía.
Bien, ya tenemos al artista (el grupo de cinco amigos que hacen música), tenemos la obra (12 temas que han compuesto más o menos entre todos), tenemos también la compañía discográfica que ha ofrecido el contrato leonino y... falta todavía un detalle; el famoso contrato editorial.
El grupo dice - ¿ein?
Y la compañía discográfica explica lo que es un contrato editorial:
La industria de la música es un entramado muy complejo y necesitamos motivar determinados elementos de la escala de valor para conseguir ciertos favores...
El grupo dice de nuevo ¿ein?
Y el AR (director artístico de la empresa) carraspea y explica que - el grupo, si quiere grabar, tiene que, además, firmar otro contrato mediante el cual ceden no solo la interpretación de su propia música fijada en el soporte sino que además ceden el 50% de los derechos de autor que genere esa música durante 75 años después de la muerte de ellos.
Llegados a este punto, el batería del grupo, al que todos tienen por “chunda chunda” pero que al final resulta que es el más espabilado de todos, dice que tiene tres preguntas;
-¿Quiere decir que si firmamos contrato editorial cada vez que nosotros toquemos un tema nuestro en directo ustedes ganarán el 50% de los derechos de autor, aunque el disco esté ya descatalogado?
-¿Y quiere decir también que nosotros perdemos toda potestad sobre nuestra obra siendo ustedes, desde el momento de la firma, los que deciden si la música del grupo se puede mutilar, versionar a reggaeton o ponerla del revés?
-¿Podría darse el caso que ustedes no nos dieran permiso para tocar nuestra música?
Entonces el AR mira amablemente al entrañable “batera” del grupo y decide, en su fuero interno, que a este chaval hay que echarlo del grupo como sea porque es el “conflictivo”. Esto lo piensa mientras le contesta que efectivamente es así pero que tiene una razón de ser (¡huy!, “razón de ser” otra antonomasia que me ha salido sin querer).
Para que el disco suene en medios de comunicación tenemos que llegar a acuerdos y lo que se hace en estos casos es dar un porcentaje de los derechos de autor a determinados medios para que los singles puedan entrar en listas y así la canción podrá ser un éxito. Por eso pedimos nosotros un contrato editorial que nos permitirá negociar en el futuro con las editoriales de las radios y las televisiones determinados porcentajes o proceder a pagos mediante viajes, fiestas, contratando publicidad, regalos o cheques regalo si llega a hacer falta...
El batería, con sus 18 años recién cumplidos, tiene una idea de la música absolutamente idílica. En parte se metió en esto porque pensaba que la música era un ambiente “guapo” con gente “guay” y tal y tal...
Pero esto es una especie de soborno y encima con nuestro trabajo del directo que nada tiene que ver ni con el disco ni con las radios... dice el batería ya muy indignado mientras los demás lo miran como diciendo “y no te callarás, no”
El AR se limita a decirle; bueno, esto de la industria de la música es así, es lo que hay. Eres tú el que tiene que decidir si te apetece seguir adelante con esto o no. Y girando hacia el resto del grupo les dice ¿vosotros como lo veis? ¿Seguimos adelante o no llegaremos a un acuerdo?
Ya tenemos prácticamente todo; obras, grupo, contratos, vaselina y falta solo elegir repertorio, productor y estudio de grabación. Una vez que entra el productor en juego este determina que la “base rítmica no anda” y que las guitarras son “demasiado inestables”. Comienza la labor de comedura de coco para explicar a los chicos que lo mejor es que la batería, el bajo y la guitarra las graben Fulano, Sutano y Perengano, los mejores músicos de estudio que graban los instrumentos de esas bandas que precisamente les gustan a ellos. A estas alturas ya el batería del grupo se ha ido de la banda jurando en arameo y el resto sigue adelante porque ahora o nunca. De perdidos al río. Piensan que triunfarán y que luego podrán imponer sus propias condiciones.
Cuando llega la hora de grabar las voces (algo tendrán que grabar los chavales ¿no?) les ponen un coro profesional “para empastar”. Al solista le hacen 20 tomas de la misma canción y gracias a los sistemas informáticos ahora y los pinchazos antiguamente el ingeniero logra montar, palabra a palabra, las mejores de cada toma y editar una medianamente aceptable. Como aún así la voz está desafinada la pasan por el autotuning (afinador automático), la comprimen, le meten un “delay stereo”, una “reverb corta delante y otra larga detrás”, se “maximiza” y ¡magia! Tenemos discazo.
Luego nos extrañará que muchos digan eso de; “se oye mucho mejor en casa con el equipo que me he comprado a plazos que en un concierto”. ¡Como que grabaron otros!
Algunos se pensarán que esto solo pasa con las músicas populares. Pues están equivocados. También hay trampas en las grabaciones de clásica y otros estilos musicales. Cierto es que en las orquestas todos graban a la vez. Pero repiten fragmentos poco a poco hasta que tienen todos los compases y luego los editan ordenando las mejores tomas.
Sabiendo todo esto ¿que sentido tiene hacer grabaciones musicales? ¿Es razonable comprar algo que no es más que un trabajo de laboratorio que en algunos casos ni contiene a los artistas originales y que solo está diseñado para que empresas ganen dinero a mansalva mientras que los músicos perciben migajas hipotecando su futuro?
http://www.enriquemateu.com/blog/2006/01...estin.html
Primero deberemos definir y delimitar lo que es una GRABACIÓN MUSICAL. Desde que en 1887 Emile Berliner lograra grabar el primer disco hasta hoy en día, las técnicas de grabación han evolucionado una barbaridad (y tal vez “barbaridad” sea el adjetivo por antonomasia para definirlas).
Desde que el compositor descubría la idea que rondaba por su cabeza hasta que aparecía como producto en el expositor de un punto de venta en formato vinilo o CD, la obra tenía que pasar toda una serie de vicisitudes que trataré de exponer en este post.
Para que una obra ya creada pudiera ver la luz necesitaba de un intérprete. Solista, grupo, orquesta, o alguna de todas sus variantes era necesaria para grabar. Esto es evidente. Pero no suficiente. Además se necesitaba un sello discográfico o compañía que quisiera publicar un trabajo a ese “artista” con “esa obra” y financiar los diversos gastos que conllevaba.
Partamos de la base que ya tenemos la obra, el artista y la compañía discográfica interesada. El siguiente paso es la firma del contrato discográfico. Voy a explicar en que consistía este contrato discográfico para entender mejor la situación. El afortunado artista (digo afortunado porque solo una pequeñísima parte de los artistas de todo el mundo lograban el ansiado documento) firmaba un contrato en el que básicamente cedía la explotación de las grabaciones de por vida de la obra (50 años) que este fuera a realizar durante, generalmente, un periodo de cinco años (normalmente cinco discos).
Estos contratos discográficos se solían firmar con una contraprestación económica del 6 o 7% de regalía (porcentaje de la venta de discos) para el artista sobre el precio de distribución (aunque la propia compañía solía ser la que distribuía el producto pero lo contabilizaban aparte, cosas de las altas finanzas y buena excusa para pagar menos al músico). Al precio de distribución había que descontar “ciertas cosillas” como material promocional, gastos por la caja del disco -esto es sorprendente pero cierto-, coste del vídeo clip, recuperación de la inversión, ofertas especiales y toda una serie de puntos que te incluían y que solo abogados o representantes muy expertos podrían "limar" solo en algunos casos.
Para concretar, y siendo muy optimista, en un grupo convencional con 5 miembros podrían obtener cada uno como beneficio por su trabajo, una vez descontado todo lo descontable y en el mejor de los casos, un 1% de regalía del PRECIO DE DISTRIBUCIÓN que, curiosamente, era aproximadamente un tercio del PVP (Precio de Venta al Público), del precio final. Las empresas distribuidoras y las tiendas siempre han tenido unos considerables beneficios comparativamente con el artista. Así que ese 1% se les quedaba en menos de un 0,4% del precio de venta al público. Hablando en euros, de los 20 euros que puedes pagar por un CD a cada miembro del grupo le quedaban, en este caso, 8 céntimos. Por seguir con el ejemplo, si el disco llegaba a vender 25.000 copias, cosa realmente difícil, ganaría la astronómica cantidad de 2.000 euros (350.000 de las antiguas pesetas) frente a los 325.000 euros que facturaría la compañía discográfica (casi cincuenta y ocho millones de pesetas).
También hay que tener en cuenta que estos contratos eran para las músicas mayoritarias. Músicas como la clásica, el Jazz, vanguardias y demás minoritarias, en la mayoría de los casos, ni aparecían regalías o los contratos estaban diseñados de tal manera que nunca lograbas cobrar ni un solo euro por tu trabajo.
Las compañías, por su parte, pagaban las facturas del estudio de grabación, de arreglistas, productor, promoción, fabricación, etc. También tenían la buena costumbre de entregar, a la firma del contrato, lo que se denominaba un adelanto de regalías. Un adelanto del estimativo mínimo que la compañía pensaba que podría vender en cualquier caso de la primera referencia. Una especie de calmante vitaminado o vaselina esterilizada para que al artista no le doliera excesivamente la firma del documento en cuestión. Porque ni decir tiene que el contrato se podría estirar en el tiempo como un chicle o no a voluntad de la compañía.
Bien, ya tenemos al artista (el grupo de cinco amigos que hacen música), tenemos la obra (12 temas que han compuesto más o menos entre todos), tenemos también la compañía discográfica que ha ofrecido el contrato leonino y... falta todavía un detalle; el famoso contrato editorial.
El grupo dice - ¿ein?
Y la compañía discográfica explica lo que es un contrato editorial:
La industria de la música es un entramado muy complejo y necesitamos motivar determinados elementos de la escala de valor para conseguir ciertos favores...
El grupo dice de nuevo ¿ein?
Y el AR (director artístico de la empresa) carraspea y explica que - el grupo, si quiere grabar, tiene que, además, firmar otro contrato mediante el cual ceden no solo la interpretación de su propia música fijada en el soporte sino que además ceden el 50% de los derechos de autor que genere esa música durante 75 años después de la muerte de ellos.
Llegados a este punto, el batería del grupo, al que todos tienen por “chunda chunda” pero que al final resulta que es el más espabilado de todos, dice que tiene tres preguntas;
-¿Quiere decir que si firmamos contrato editorial cada vez que nosotros toquemos un tema nuestro en directo ustedes ganarán el 50% de los derechos de autor, aunque el disco esté ya descatalogado?
-¿Y quiere decir también que nosotros perdemos toda potestad sobre nuestra obra siendo ustedes, desde el momento de la firma, los que deciden si la música del grupo se puede mutilar, versionar a reggaeton o ponerla del revés?
-¿Podría darse el caso que ustedes no nos dieran permiso para tocar nuestra música?
Entonces el AR mira amablemente al entrañable “batera” del grupo y decide, en su fuero interno, que a este chaval hay que echarlo del grupo como sea porque es el “conflictivo”. Esto lo piensa mientras le contesta que efectivamente es así pero que tiene una razón de ser (¡huy!, “razón de ser” otra antonomasia que me ha salido sin querer).
Para que el disco suene en medios de comunicación tenemos que llegar a acuerdos y lo que se hace en estos casos es dar un porcentaje de los derechos de autor a determinados medios para que los singles puedan entrar en listas y así la canción podrá ser un éxito. Por eso pedimos nosotros un contrato editorial que nos permitirá negociar en el futuro con las editoriales de las radios y las televisiones determinados porcentajes o proceder a pagos mediante viajes, fiestas, contratando publicidad, regalos o cheques regalo si llega a hacer falta...
El batería, con sus 18 años recién cumplidos, tiene una idea de la música absolutamente idílica. En parte se metió en esto porque pensaba que la música era un ambiente “guapo” con gente “guay” y tal y tal...
Pero esto es una especie de soborno y encima con nuestro trabajo del directo que nada tiene que ver ni con el disco ni con las radios... dice el batería ya muy indignado mientras los demás lo miran como diciendo “y no te callarás, no”
El AR se limita a decirle; bueno, esto de la industria de la música es así, es lo que hay. Eres tú el que tiene que decidir si te apetece seguir adelante con esto o no. Y girando hacia el resto del grupo les dice ¿vosotros como lo veis? ¿Seguimos adelante o no llegaremos a un acuerdo?
Ya tenemos prácticamente todo; obras, grupo, contratos, vaselina y falta solo elegir repertorio, productor y estudio de grabación. Una vez que entra el productor en juego este determina que la “base rítmica no anda” y que las guitarras son “demasiado inestables”. Comienza la labor de comedura de coco para explicar a los chicos que lo mejor es que la batería, el bajo y la guitarra las graben Fulano, Sutano y Perengano, los mejores músicos de estudio que graban los instrumentos de esas bandas que precisamente les gustan a ellos. A estas alturas ya el batería del grupo se ha ido de la banda jurando en arameo y el resto sigue adelante porque ahora o nunca. De perdidos al río. Piensan que triunfarán y que luego podrán imponer sus propias condiciones.
Cuando llega la hora de grabar las voces (algo tendrán que grabar los chavales ¿no?) les ponen un coro profesional “para empastar”. Al solista le hacen 20 tomas de la misma canción y gracias a los sistemas informáticos ahora y los pinchazos antiguamente el ingeniero logra montar, palabra a palabra, las mejores de cada toma y editar una medianamente aceptable. Como aún así la voz está desafinada la pasan por el autotuning (afinador automático), la comprimen, le meten un “delay stereo”, una “reverb corta delante y otra larga detrás”, se “maximiza” y ¡magia! Tenemos discazo.
Luego nos extrañará que muchos digan eso de; “se oye mucho mejor en casa con el equipo que me he comprado a plazos que en un concierto”. ¡Como que grabaron otros!
Algunos se pensarán que esto solo pasa con las músicas populares. Pues están equivocados. También hay trampas en las grabaciones de clásica y otros estilos musicales. Cierto es que en las orquestas todos graban a la vez. Pero repiten fragmentos poco a poco hasta que tienen todos los compases y luego los editan ordenando las mejores tomas.
Sabiendo todo esto ¿que sentido tiene hacer grabaciones musicales? ¿Es razonable comprar algo que no es más que un trabajo de laboratorio que en algunos casos ni contiene a los artistas originales y que solo está diseñado para que empresas ganen dinero a mansalva mientras que los músicos perciben migajas hipotecando su futuro?
El avión ya se estrelló y yo sigo volando...
The moon is closer to the sun than I am to anyone.
The moon is closer to the sun than I am to anyone.