01-04-11, 17:51
¿Conocíais?
¿Alguno ha catado?
http://www.eldiariomontanes.es/v/2011040...10401.html
En el mundo de los libros existe desde hace más de medio siglo un sistema internacional de estandarización -el ISBN-, numerosos sistemas de catalogación y consulta, listados impresos por temáticas y lugar de edición -como las bibliografías nacionales- y, más recientemente, multitud de puntos de acceso a estos datos, que se encuentran en su mayoría digitalizados y disponibles para su libre acceso a través de diversas bases de datos, generalmente públicas, como las agencias nacionales de ISBN o las bibliotecas nacionales. Con todas estas fuentes de información resulta relativamente sencillo identificar una edición concreta de una obra, localizar a su editor, conocer su precio de venta original o saber si continúa a la venta o está ya agotada o descatalogada.
Sin embargo, en el ámbito de la música no resulta tan sencillo acceder a información similar. No existe un sistema internacional de catalogación, ni una página web del Ministerio de Cultura donde rastrear la discografía de un artista o un sello musical. O, lo que suele resultar más útil para el interesado, una forma de descubrir las características 'editoriales' de cada disco: su fecha de lanzamiento, si es una primera edición o una reimpresión, si se trata de un disco original, una recopilación o una edición pirata o 'bootleg'.
¿Qué por qué interesan todos estos datos? Pues a algunos por afán investigador, a otros por puro vicio de coleccionista y a otros por la más elemental razón pecuniaria: de estos datos depende la tasación, el valor de los discos, y esa es, lógicamente, una información que interesa tanto al vendedor como al comprador.
¿Cómo acceder, entonces, a estos datos? Actualmente, el método más eficaz es recurrir a iniciativas privadas como la que presentamos a continuación: Discogs.
Una colección privada
Aunque hoy día Discogs es una base de datos a escala mundial, con más de cien mil visitas diarias y cerca de dos millones y medio de discos catalogados en todos los formatos (cd, vinilo, cassete y hasta archivos mp3), todo empezó hace poco más de diez años, en el ordenador de un joven informático de Oregón cautivado por la música electrónica, al que le gustaba hacer de DJ y que pretendía llenar el vacío de información en la red sobre su género musical preferido.
Kevin Lewandowski arrancó con su proyecto el 12 de octubre de 2000, utilizando como primeros datos la catalogación de su propia colección de discos. Como nombre escogió un apócope de 'discografías' (discog-raphie-s). La idea original era reunir la mayor base de datos posible de música electrónica, diseñada de manera que fuera posible realizar consultas por artista, casa discográfica y subgénero musical.
Inspirado en otros proyectos colaborativos, como Slashdot o Open Directory Project, en noviembre de 2000 publicó su base de datos en el dominio discogs.com, ofreciendo un sistema abierto de usuarios-colaboradores, en el que era posible registrarse de modo gratuito y añadir a la base nuevas entradas describiendo los discos que cada usuario poseía.
Aunque inicialmente sólo era un hobby, y Lewandowski seguía trabajando como webmaster para otras empresas de la industria musical, Discogs fue aumentando paulatinamente sus dimensiones hasta que a finales de 2002 se decidió a dedicarse en exclusiva a su proyecto. A partir de entonces, abrió la base a nuevos géneros, empezando por el hip hop, hasta admitirlos prácticamente todos en la actualidad; incluso existe una sección 'no musical', en la que se pueden encontrar grabaciones de poesía, entrevistas o hasta videoclips.
Espíritu abierto
Para entender el sistema de Discogs, quizá el mejor ejemplo sea Wikipedia. Ambos son proyectos colaborativos, en los que los usuarios son los propios proveedores de la información, y quienes además se encargan de supervisar los datos para corregir errores, sean involuntarios o intencionados.
El registro es sencillo y gratuito, y es el único requisito para poder contribuir añadiendo nuestros propios discos. Pero para consultar la base ni siquiera es necesario abrir una cuenta, se puede visitar libremente, como cualquier otra página web, y buscar la información que precisemos.
Mediante un sencillo buscador, podemos buscar el disco que queramos prácticamente por cualquier punto de acceso: el artista, el autor de las canciones, el título, el productor, los músicos o incluso el diseñador de la carátula.
También es posible navegar por géneros, estilos, formatos o fecha de publicación, mediante un sencillo sistema de menús.
Una vez que accedemos al registro que buscábamos, Discogs nos ofrece una completa ficha que nada tiene que envidiar al mejor catálogo bibliotecario, pues contiene desde imágenes del disco hasta datos más específicos como códigos de control como el código de barras, los dígitos de matriz o el número asignado por la casa discográfica.
La gran ventaja de su arquitectura es su multiacceso: pinchando en el nombre del artista podremos acceder a todos sus discos, a partir del nombre de un músico o compositor se llega a su biografía, etc. Además, también admite contenido multimedia, con lo que muchas fichas incluyen vídeos musicales o archivos de audio con las canciones de los discos.
Claro que hay que tener en cuenta que se trata de un proyecto en marcha, y no todos los datos están ya disponibles: aún faltan muchos discos, artistas y notas biográficas. ¿Qué hacer en esos casos? Pues nada más sencillo que darse de alta en Discogs y añadir uno mismo la información que eche en falta.
El contrato social
El espíritu open source de Discogs, además de en su sistema colaborativo, tiene su reflejo en un documento de compromiso que Kevin Lewandowski publica en la web.
Tres son las promesas: que la base será siempre de consulta gratuita, que se mantendrá accesible y fiable, y que se respetará la privacidad de los usuarios. Este compromiso no está de más, pues la base es propiedad de una empresa privada, Zink Media. De este modo, se garantiza el inicial espíritu altruista.
Colaboradores y editores
Si bien la simple consulta de datos ya resulta interesante, el verdadero jugo se obtiene siendo un usuario registrado. Con tu cuenta es posible aprovechar la base para catalogar tu propia colección de discos, crear listas personalizadas de aquellos discos que te interesan, corregir los datos erróneos que puedas encontrar o incluso comprar y vender discos. Actualmente, hay más de cien mil colaboradores que han añadido al menos un registro a la base de datos.
Estos registros se publican de modo provisional, y cualquier usuario puede valorarlos y comentarlos, hasta recibir un voto positivo sobre la exactitud de los datos. Para ello, se ha habilitado un sistema de puntuación, en el que cada usuario recibe puntos por cada aportación a la base. Hasta que no alcanza un nivel determinado, no se le permite votar.
Además, el sistema de venta de los usuarios es una extraordinario mercadillo internacional donde es posible comprar desde joyas inencontrables hasta auténticos 'chollos'.
Sacarle partido
Más allá del mero placer de tener tus propios discos ordenados y registrados, hay otras utilidades de Discogs que no se le pueden escapar a cualquier aficionado a la música.
Para empezar, es muy útil para trabajar con nuestra colección de música digital. Cualquiera sabe lo engorroso que resulta añadir manualmente todos los tags de los mp3, nombrar correctamente las canciones, no equivocarse de disco, etc. Todo esto se automatiza con aplicaciones como Musicwrench, Jaikoz o la docena larga de opciones gratuitas disponibles en la red. MP3 Filenamer renombra automáticamente nuestros archivos al convertir un cd. Album Art Downloader descarga las carátulas y las añade a nuestros mp3. Además, existe una barra especial para Firefox.
Aunque la utilidad más práctica la encontramos fuera de la red, gracias a su exquisita versión móvil -rápida y de consulta muy sencilla-, cuando estamos en una tienda o mercadillo, con un disco entre las manos y nos asaltan las dudas: ¿es una edición original? ¿será demasiado caro? O incluso el temido ¿ya lo tengo? que acecha cuando la colección es demasiado grande como para recordarla de memoria.
¿Alguno ha catado?
http://www.eldiariomontanes.es/v/2011040...10401.html
En el mundo de los libros existe desde hace más de medio siglo un sistema internacional de estandarización -el ISBN-, numerosos sistemas de catalogación y consulta, listados impresos por temáticas y lugar de edición -como las bibliografías nacionales- y, más recientemente, multitud de puntos de acceso a estos datos, que se encuentran en su mayoría digitalizados y disponibles para su libre acceso a través de diversas bases de datos, generalmente públicas, como las agencias nacionales de ISBN o las bibliotecas nacionales. Con todas estas fuentes de información resulta relativamente sencillo identificar una edición concreta de una obra, localizar a su editor, conocer su precio de venta original o saber si continúa a la venta o está ya agotada o descatalogada.
Sin embargo, en el ámbito de la música no resulta tan sencillo acceder a información similar. No existe un sistema internacional de catalogación, ni una página web del Ministerio de Cultura donde rastrear la discografía de un artista o un sello musical. O, lo que suele resultar más útil para el interesado, una forma de descubrir las características 'editoriales' de cada disco: su fecha de lanzamiento, si es una primera edición o una reimpresión, si se trata de un disco original, una recopilación o una edición pirata o 'bootleg'.
¿Qué por qué interesan todos estos datos? Pues a algunos por afán investigador, a otros por puro vicio de coleccionista y a otros por la más elemental razón pecuniaria: de estos datos depende la tasación, el valor de los discos, y esa es, lógicamente, una información que interesa tanto al vendedor como al comprador.
¿Cómo acceder, entonces, a estos datos? Actualmente, el método más eficaz es recurrir a iniciativas privadas como la que presentamos a continuación: Discogs.
Una colección privada
Aunque hoy día Discogs es una base de datos a escala mundial, con más de cien mil visitas diarias y cerca de dos millones y medio de discos catalogados en todos los formatos (cd, vinilo, cassete y hasta archivos mp3), todo empezó hace poco más de diez años, en el ordenador de un joven informático de Oregón cautivado por la música electrónica, al que le gustaba hacer de DJ y que pretendía llenar el vacío de información en la red sobre su género musical preferido.
Kevin Lewandowski arrancó con su proyecto el 12 de octubre de 2000, utilizando como primeros datos la catalogación de su propia colección de discos. Como nombre escogió un apócope de 'discografías' (discog-raphie-s). La idea original era reunir la mayor base de datos posible de música electrónica, diseñada de manera que fuera posible realizar consultas por artista, casa discográfica y subgénero musical.
Inspirado en otros proyectos colaborativos, como Slashdot o Open Directory Project, en noviembre de 2000 publicó su base de datos en el dominio discogs.com, ofreciendo un sistema abierto de usuarios-colaboradores, en el que era posible registrarse de modo gratuito y añadir a la base nuevas entradas describiendo los discos que cada usuario poseía.
Aunque inicialmente sólo era un hobby, y Lewandowski seguía trabajando como webmaster para otras empresas de la industria musical, Discogs fue aumentando paulatinamente sus dimensiones hasta que a finales de 2002 se decidió a dedicarse en exclusiva a su proyecto. A partir de entonces, abrió la base a nuevos géneros, empezando por el hip hop, hasta admitirlos prácticamente todos en la actualidad; incluso existe una sección 'no musical', en la que se pueden encontrar grabaciones de poesía, entrevistas o hasta videoclips.
Espíritu abierto
Para entender el sistema de Discogs, quizá el mejor ejemplo sea Wikipedia. Ambos son proyectos colaborativos, en los que los usuarios son los propios proveedores de la información, y quienes además se encargan de supervisar los datos para corregir errores, sean involuntarios o intencionados.
El registro es sencillo y gratuito, y es el único requisito para poder contribuir añadiendo nuestros propios discos. Pero para consultar la base ni siquiera es necesario abrir una cuenta, se puede visitar libremente, como cualquier otra página web, y buscar la información que precisemos.
Mediante un sencillo buscador, podemos buscar el disco que queramos prácticamente por cualquier punto de acceso: el artista, el autor de las canciones, el título, el productor, los músicos o incluso el diseñador de la carátula.
También es posible navegar por géneros, estilos, formatos o fecha de publicación, mediante un sencillo sistema de menús.
Una vez que accedemos al registro que buscábamos, Discogs nos ofrece una completa ficha que nada tiene que envidiar al mejor catálogo bibliotecario, pues contiene desde imágenes del disco hasta datos más específicos como códigos de control como el código de barras, los dígitos de matriz o el número asignado por la casa discográfica.
La gran ventaja de su arquitectura es su multiacceso: pinchando en el nombre del artista podremos acceder a todos sus discos, a partir del nombre de un músico o compositor se llega a su biografía, etc. Además, también admite contenido multimedia, con lo que muchas fichas incluyen vídeos musicales o archivos de audio con las canciones de los discos.
Claro que hay que tener en cuenta que se trata de un proyecto en marcha, y no todos los datos están ya disponibles: aún faltan muchos discos, artistas y notas biográficas. ¿Qué hacer en esos casos? Pues nada más sencillo que darse de alta en Discogs y añadir uno mismo la información que eche en falta.
El contrato social
El espíritu open source de Discogs, además de en su sistema colaborativo, tiene su reflejo en un documento de compromiso que Kevin Lewandowski publica en la web.
Tres son las promesas: que la base será siempre de consulta gratuita, que se mantendrá accesible y fiable, y que se respetará la privacidad de los usuarios. Este compromiso no está de más, pues la base es propiedad de una empresa privada, Zink Media. De este modo, se garantiza el inicial espíritu altruista.
Colaboradores y editores
Si bien la simple consulta de datos ya resulta interesante, el verdadero jugo se obtiene siendo un usuario registrado. Con tu cuenta es posible aprovechar la base para catalogar tu propia colección de discos, crear listas personalizadas de aquellos discos que te interesan, corregir los datos erróneos que puedas encontrar o incluso comprar y vender discos. Actualmente, hay más de cien mil colaboradores que han añadido al menos un registro a la base de datos.
Estos registros se publican de modo provisional, y cualquier usuario puede valorarlos y comentarlos, hasta recibir un voto positivo sobre la exactitud de los datos. Para ello, se ha habilitado un sistema de puntuación, en el que cada usuario recibe puntos por cada aportación a la base. Hasta que no alcanza un nivel determinado, no se le permite votar.
Además, el sistema de venta de los usuarios es una extraordinario mercadillo internacional donde es posible comprar desde joyas inencontrables hasta auténticos 'chollos'.
Sacarle partido
Más allá del mero placer de tener tus propios discos ordenados y registrados, hay otras utilidades de Discogs que no se le pueden escapar a cualquier aficionado a la música.
Para empezar, es muy útil para trabajar con nuestra colección de música digital. Cualquiera sabe lo engorroso que resulta añadir manualmente todos los tags de los mp3, nombrar correctamente las canciones, no equivocarse de disco, etc. Todo esto se automatiza con aplicaciones como Musicwrench, Jaikoz o la docena larga de opciones gratuitas disponibles en la red. MP3 Filenamer renombra automáticamente nuestros archivos al convertir un cd. Album Art Downloader descarga las carátulas y las añade a nuestros mp3. Además, existe una barra especial para Firefox.
Aunque la utilidad más práctica la encontramos fuera de la red, gracias a su exquisita versión móvil -rápida y de consulta muy sencilla-, cuando estamos en una tienda o mercadillo, con un disco entre las manos y nos asaltan las dudas: ¿es una edición original? ¿será demasiado caro? O incluso el temido ¿ya lo tengo? que acecha cuando la colección es demasiado grande como para recordarla de memoria.